Este texto lo escribi hace muchos años pero no lo habia publicado (Quizas más de 10 años).
Cuando eres tímido y crees que en tu vida falta más sabor, más pasión, más sentimiento y quisieras por un momento ser esa persona que no le tiene miedo a hacer lo primero que se le venga a la mente, audacia quizá es la palabra que tanto busco.
Cuando eres tímido y crees que en tu vida falta más sabor, más pasión, más sentimiento y quisieras por un momento ser esa persona que no le tiene miedo a hacer lo primero que se le venga a la mente, audacia quizá es la palabra que tanto busco.
Hace algunos años en plena feria de Cali (Una de las primeras y de las que más me he gozado) mientras veía pasar hermosas mujeres caminando o a Caballo, divise a la mitad de la calle una niña hermosa, de esas con las que cualquier Hombre en mi condición quisiera al menos compartir un par de palabras sin sentirse un completo imbécil.
Ella parecía como caída del cielo, pero algo caía por sus ojos: eran lagrimas que acaban con mi felicidad de verla ahí parada, sola y como si el mundo estuviese por caerle encima, Yo la observaba como intentando descifrar lo que sucedía, ¿cómo era posible que ella pudiese estar llorando? , tenía tantas personas alrededor y al mismo tiempo no tenía a nadie y yo solo podía hacer lo que siempre había hecho, verla desde lejos.
Inevitablemente no deje de pensar en que podía hacer yo y algo que aún no logro descifrar que fue, me empujo y comencé a caminar hacia ella, el corazón se me agitaba y estaba muy pendiente que no me fuera a salir algún amig@ de la nada y descubriera mis intenciones.
Al acercarme a ella el corazón estaba a reventar y lo único que se me ocurrió fue abrazarla. Yo un completo extraño estaba ahí ¡abrazándola!, no puedo ni imaginarme lo que a ella se le pudo haber pasado por la cabeza, pero me devolvió el abrazo, supongo que algo hizo que confiara en mi, pero a los pocos segundos al darse cuenta que ese abrazo no le era familiar me miro a los ojos, esos ojos rojitos de derramar sufrimiento y que solo buscaban acabar con el sufrimiento y me pregunto: “¿Quién eres tú?” Pregunta obvia dada semejante situación, pregunta de la cual no me ocurrió responder antes de empezar a caminar.
En esos momentos de efervescencia y calor tuve un momento de claridad (o mejor de locura) porque por nada quería terminar ese cálido abrazo dándole mi nombre, creo que habría roto la magia de aquel momento. Un Ángel respondí, confiado en que si fuera necesario Dios me daría alas para demostrarle que no mentía. Ella algo escéptica replica: ¡los ángeles no existen!. - Pero si aquí estoy ¿no es esta, la prueba de mi existencia? , Tomé la forma de un simple mortal para que supieras que estoy aquí cuidándote… ¿Dime por qué lloras? – Mi novio me termino. – ¿qué fue lo que paso? (Malditos hombres, siempre las lastiman y somos nosotros los ángeles los que debemos venir y darles esperanza, pensaba yo en mis adentros) – Fue mi culpa, fue mi culpa. – ¡No puede haber sido culpa tuya, imposible! – ¡Sí!, fue culpa mía, ¡le puse los cachos con el mejor amigo! En esos momentos sentí que Dios no había dado esas alas porque yo no sabía lo que estaba haciendo, sin embargo en mi inocencia, sólo acerté a decirle que todo estaría bien, que no se preocupara. Luego, llegaron sus amigas y se lanzaron sobre ella a preguntarle qué había ocurrido, momento sublime el cual permitió que yo diera media vuelta y escapara de su vista y de su vida para no volver a verla.